Imagen cogida de la red
PAUSA
Llenos de ligeras auroras, los
puertos y los transeúntes, van o vienen con fiebre
en los ojos, circundantes al pez
que bracea en la memoria los días incandescentes,
el arrebato inédito del
minuto.
—Vos, audible en la tapicería de
mis poros, en el lenguaje que emana del ojo,
en el retumbo de la carne del
cierzo.
Tan cierta como el jardín
imaginario de calles carentes de cansancios.
En el fragor de nuestros miembros,
el cuaderno clandestino consume la brasa
apretada de la hoguera: la única
facción es el agua sobre los espejos.
El destino, —supongo—, es esta
forma de inventar ficciones ininterrumpidas;
conspirar, junto a la alegría,
crepitar en el torrente de las fumarolas.
Sobre el musgo insomne, el humus
reinstalado del origen, los gozos ahogados
del infinito y la cuesta arriba
de las absoluciones.
El tiempo por suerte es redondo:
la sombra vertical entre tus manos, bebe
los vientos y sus distancias, el
vino quemado en la faena. El loco hocico del ala
y el hambre de insurrección sin
borrar huellas.
—Vos tan cierta que terminás
siendo mi congoja. Tan cierta como este cariño
que le tengo a las ramas de la
noche, pero también al aire, a los pájaros
cálidos que compartimos en este
vivir desde los ojos…
En el hervor erguido del aliento,
la vasta sombra envolviendo los límites.
Hablamos siempre de la sed,
mientras trazamos las líneas de la geometría:
después del diluvio cualquier
quemadura es un libro con índice onomástico.
Barataria, 28.XII.2015
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