Imagen cogida de la red
FOLLAJE PRETÉRITO
En la antorcha doliente de la
memoria, el tiempo inexpugnable de la hojarasca.
Es la muerte del tiempo. Es la
muerte del vuelo: es el pretérito y su retorno.
En medio de la palabra agrietada entre las manos, la
nostalgia y su implacable
melancolía, el vacío que nos
dejan los umbrales, los muertos que perdieron
su guerra en los talleres diarios
de la ceniza.
A la altura, —por cierto—, del caos y las parábolas, el profundo imperio
de las tentaciones, o los dobles
balcones de una respiración al mediodía.
Entre las multitudes, tus manos
ordeñan el hambre de las aceras de concreto;
(A veces necesito sentirme humano en medio de tantos espejos y
sonidos.
Hay algo íntimo en ese tacto turquesa de las ventanas.
Necesito repartirme en las páginas del agua, cerca del grito y las
distancias.)
Necesito escuchar las voces
extrañas del silencio, tal como las dicta el follaje,
sin más luz que esta luz que
brilla y se apaga.
Todo me incita a la cumbre de lo
ya dejado, pero también hay algo que vacila
a la hora de asir, serenamente,
esos fuegos de sangre en la ventana.
Nunca es tal el sosiego cuando
los pretéritos se devanan debajo de la piel,
míseras aguas en el cáliz del
espejismo.
Nunca olvido la oscuridad que me
niega: todo, al final, cualquier
designio,
es el tiempo discurriendo sobre
el río de fotografías de la memoria.
Todo morirá alguna vez, hasta la
fe de conciencia. Por hoy, he regresado a algunas fotografías;
mientras una mosca vuela alrededor de
mis sienes.
Barataria, 29.XII.2015
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