Imagen cogida de la red
MENOS LAS VENTANAS
Salvo las ventanas, el petate
húmedo de los sueños, la memoria en la calle.
En el purgatorio de la madera, el
circo y las muestras soberanas del universo.
Un bostezo resume, —a menudo—,
los cansancios de la noche,
esa isla de silencios donde gime peligrosamente
el tiempo sin reparo.
En los ojos, la procacidad de la
breña, las señales de humo de los sueños,
la áspera piel de los asedios.
(Crecen pacientemente las ventanas, en ellas los alhelíes de la
ternura.
La certeza que no desfallece en ninguna orfandad, la luz
respirable más allá
de los escombros. Entro del otro lado de las mochetas o del
dintel.)
Una ventana resulta una suerte de
infinito; ante su ausencia, lo inexistente
se torna verídico: me une la
oscuridad desmedida y la última claridad del alba,
los rótulos colgando de las
esquinas, la piel junto al fuego de los ojos.
Ante cada vértigo la ruptura de
colores de las aceras.
Nunca es imposible sostenerse en
las vértebras del caos, sin que la lucidez
se abra al vacío, sin que los
clavos del presente nos griten en los oídos.
El espejo puede copiar los
secretos, pero no la ternura: las tribulaciones quizá,
no la desesperación y sus
cerrojos imposibles.
Hay nombres próximos al derrumbe.
Hay abandonos como golpes de almádana.
Las ventanas, audibles, sueltan
pájaros desde los rincones de la indiferencia.
Al final, el pensamiento, tiene
la capacidad de los élitros. (Lo dicho o
callado,
viene de ese camino de ecos, del ejercicio de respirar frente a los
sueños)…
Barataria, 13.I.2016
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