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DIARIO DE SOMBRAS
En este diario de sombras,
cansada la tinta de tantas postas y cascos.
Rotas las sombras de las
reminiscencias, surgen de nuevo los ojos en el pájaro
de tinta del tiempo: en el hilo
del cierzo, desenrosco el horizonte hasta
desnudarlo en mis manos.
Siempre los días, —sin excepción—
me ofrecen fosforescencias desteñidas,
o crónicas de entrañas rotas, o
las viejas muertes del paisaje.
(Vos como el chorrito de agua que agujerea las ventanas); —sí, de pronto
resbala la gota del fermento
sobre la inminente pupila de la página.
En la página húmeda también los
ojos se convierten en sombras galopantes.
Hundo mi escritura en el aliento
presentido: en las afueras, dispersos,
calcinados, el principio y el fin
de la boca en su martirio.
Después de tantos nombres, uno
fecunda la memoria de muertos y destinos.
Toda la gota del presagio
esculpió exhaustos durmientes y rieles.
No es extraño que al pie de la
arcilla sangren los brazos junto al cántaro roto
del alba: las sombras arden en el
fuego de las manos.
Ahora resucito sin ungüentos,
después de sumergirme en el pecho de la tierra,
después de asir la cerradura del
espejismo en medio de tanto alboroto.
De la mano de la memoria, la
caligrafía profética, aunque resulte extraña
su vestidura, al igual que la
dimensión de paraíso que perdimos.
En todo caso, y sin vigilias
resisto a mi propia escritura: sé, por convicción,
que el ojo, a menudo, es otra
sombra de desiertos…
Barataria, 2016
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