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TORTURA DE LA SIMULACIÓN
Como un durmiente corroído por la
intemperie ese no ser y estar condenado
a la simulación, a la lectura de
excrementos en una ciudad sin ventanas.
(Después de todo, en las palabras del poema procuro aliviar toda
la asfixia
que nos deja la magulladura de los que ascienden o descienden a lo
siniestro.
Un prostíbulo es lo menos abyecto a mis ojos y a mi entendimiento:
allí son
los ideales rotos; lo inmundo, de pronto, lo encontramos en los
absolutos.
Cada quien desde adentro vive sus propios suicidios.)
Yo he vivido los míos desde el
atardecer de las cornisas, desde todos esos absurdos
que jamás ha podido
devastar el olvido: siempre existen historias clínicas
como el lado oscuro del
espejo, o el anochecer inusitado de la alegría.
La realidad sorprende, a secas.
Antes de ser, también huimos sin
explicaciones.
Hoy no es el tren mordido a
pulmón, ni el ave atravesando la flor, sino ese huir
y olvidar, perderse entre la
maleza desparramada del tiempo.
Sé, entonces, que estamos
cubiertos por vahos e historias que rebasan
el sollozo; sé de las flautas al
óleo y de los adverbios infames de la desesperanza
hasta el punto de entender las
pálidas simulaciones de la ternura.
Vivimos inclusive para aprender a
simular el olvido.
Uno espera que al menos se
limpien las ventanas, las fotografías, la boca.
Nos salven, —hoy o mañana— los
candiles ante los siempre anuentes cosméticos.
En un futuro, todos seremos ese
universo…
Barataria, 20.I.2016
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