Imagen cogida de la red
DISCURRE LA SAL
Emerge como una milicia de gotas
incansables: la sal obsesiva en mis ojos
de aniquilada luz. La sal en la
gota del cántaro, sobre la piel, como empapada
vasija, destrozada por las calles
del tiempo.
—Ni vos ni yo, somos presente,
salvo el sofoco y los altavoces de la conciencia,
las aguas allí de la constancia
en los ojos, las voces desafiando la garganta.
—El mundo de hoy, es como un
suicidio en el cuerpo y lo sabés.
Anónimos cruzamos la calle de los
recuerdos, las calles con dudas, chuchillos
y lágrimas, las calles donde
avanza el absurdo de cadáveres secos y en litigio.
La perplejidad nos hace recordar
la pesadumbre de lo andado.
Sabés que no podemos resarcir todas
las aguas derramadas a la sal:
cualquier fuerza sobrepasa
nuestra corporeidad,
los ojos abandonados, sin
reconciliar: uno espera que las palabras
sean benignas y que extiendan
sobre el aliento sus pequeñas metrópolis.
La desnudez del sollozo ciega los
compases del mundo.
Hay frío en Briggsmore avenue
como en los suplicios de un tropezón en ayunas.
En la Carpentier road el matorral
de la noche y su lago de recuerdos.
(Siempre sueño tu cuerpo de inmensa tierra menesterosa; siempre
repartida
entre las espinas de mis manos, vos silencioso olor a asombro y a
ruda.)
Enloquecemos en este lenguaje
líquido de dos mundos: la lejanía sólo prolonga
el desarraigo, el latido nos
sacude hasta horadar los ijares.
De pronto, son fatales las
luciérnagas alrededor de los ojos, en el destino.
Barataria, 2016
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