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ZONA DE LEJANÍAS
Muerdo hacia dentro los huesos
del país, ese mundo que se desvanece a diario
como el calendario indeciso de la
hojarasca.
¿Quién nos asegura la intimidad
que nos duele en la respiración?
Lejos o cerca se juega a las
contradicciones del asfalto, al espejismo que nos gana
los ojos, a la noche
cuyos anteojos nos traicionan.
Para mí la cobija y la mesa son
zonas de lejanía, acantilados del desvelo.
Así es aquí o allá, galopa la
herrumbre de la intemperie, lo hacen —también—,
los que cercan la vida y
trafican con el cántaro de la esperanza.
A lo largo de las estaciones heridas de las sienes, dilapidado el pez
en su anzuelo, marchito el mimbre
de lo vívido.
Uno, —por cierto—, siempre
regresa a la reja de los recuerdos y relee
la escarcha de las tormentas,
y cruza todos los recuerdos de la
patria: los nombres graves, inmóviles
del abandono, las oscuras
voluntades donde fructifica la zozobra y la opacidad.
Mientras uno camina entre vacíos
movedizos, la desesperación crece junto
a las paredes, hay una piel árida
de rosas sin nombrarse.
En el espejo se ven las bocas
anegadas de tiempo, se ven muelles quemados
y oscuros, húmedas soledades
vecinas del despojo, amarilla madera del vértigo.
Siempre está al acecho la
voracidad de la noche.
Las lejanías, son en definitiva,
un disfraz de las fotografías. (El país
es eso, supongo, mientras el hervor relincha en la olla de presión.)
Algo de vos o de mí, duele cuando
nos ahoga la tormenta…
Barataria, 2016
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