Imagen cogida de la red
SOMBRAS PERSONALES
Entonces, devaneo las palabras,
las descifro, les doy ese largo añil
de pez braceando en mis vísceras.
Silabeo las viejas curvas del aliento.
He acumulado en mi pecho —desde
entonces—, anchas mesas de hambre,
petates y cobijas y taburetes de enmohecidos
candiles.
Son muchas mis sombras y muchas
mis estaciones de inacabado barro.
Guardo entre mis arrugas, las
migajas que han buscado lugar para habitar
las semanas. Mientras, la
herrumbre sube a los platos.
Desde los altares las culpas en
las vestiduras del ala, el oficio de quemar
los trapos viejos junto a la gota
de sal sobre el tiesto de arcilla;
pero hay sombras que me sostienen
como los misales discretos de las ventanas,
como los pilares lentos del
descolor en el aliento,
como las anclas donde el viento
es inevitable,
como los neumáticos y su modo
extraño de prevalecer en el musgo del asfalto.
Hay también sombras enajenadas: el
clavo adentrado en el absoluto de la nada,
los paraísos de alfileres donde
el grito muerde peces insomnes.
Uno carga nudos de negros
desencuentros y furias descomunales.
Ante los cansancios y caminos
diarios, uno se hunde en la piedra de la noche;
en el fango uno quiere resistir
al espejismo.
Uno lleva tatuadas las sienes de
esqueletos y de manicomios:
hay días que alojan sombras como
andrajos existen en la periferia del mundo.
Otros, son tan desgarradores tal
los gritos de los vertederos en la boca.
Barataria, 2016
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