Imagen cogida de la red
EN EL CENTRO DE LAS ACERAS
Muerdo los andenes por donde
transita la noche:
siempre es locura la estación del
mapamundi, y los significados que tienen
las palabras para el olvido.
En esta existencia sobre el
asfalto, la eternidad tiene su propio epílogo;
lo tiene el agujero del aliento,
los ojos heridos de tantas palabras rotas.
En el centro de la brutalidad los
inviernos no duermen
en el estanque de los sueños, ni en
el lugar pervertido de la hojarasca.
(Alguien quiere escribir la desnudez, pero se vuelve repulsiva su
estética;
desde su infierno, le hace muecas a los sueños; el umbral quedó
petrificado
en su sombra, justo como la sombra sin boleto de viaje.
Siempre existe un lado oscuro sobre la fosforescencia de las
palabras,
el trueno o los relámpagos desafinan el estiércol, el infierno
calcinante
de un montón de insectos innombrables, los siempre calores que
recuerdan
la boca de la indiferencia. Leo todos los tetuntes que lazan al
vacío.
Leo una a una las plumas del pavo real: las palabras que ostentan
son ceniza
de todos los adverbios desesperanzados del frío,
de todos los cuchillos infames del sofoco. Es difícil, así,
levantar casa.
Es difícil entender esa fiebre del tiempo entero en un solo minuto
de hombros.)
Uno se siente feliz leyendo
cualquier tontera que se publica en los periódicos.
Uno se mueve siempre entre el
reojo de las aguas turbias.
Antes, ¿dónde estuvieron los
prostíbulos en este país demasiado pequeño?
Supongo que siempre serán
monótonas las picadas de los zancudos…
Barataria, 04.II.2016
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