Imagen cogida de la red
VORACIDADES
Sí, no cabe duda: el tiempo es
voraz en el ojal de ceniza de la noche.
Maúllan los gatos en el caos que
llovizna sobre el tejado: las circunstancias
nos llevan a caminos
inimaginables, es enorme el ojo de la ropa sucia
prolongado en las manos, o en la
soga estrepitosa del resuello. (En la
ternura
de los ataúdes, los pies lluviosos de tantos lugares insondables.
En las afueras del aliento la luz nos engaña con sus matices
grises: siempre
el sueño es más breve que los cansancios o los enojos.)
Hay horas en las cuales las
axilas atraviesan las calles como los pájaros
[la luz del día.
La ironía pulveriza nuestras
aspiraciones y muerde las ojeras que deja
la impunidad de la intemperie.
Alguien habrá de lavar las
butacas del anfiteatro con un poquito de insolación.
Entre descomunales tiliches, los
ruidos del film en la cabeza.
En la pelambre de las horas nos
enfrentamos a la miopía del hollín, al tizne,
a la escoria, a ese polvillo de
la zozobra del cine mudo. (Hoy, claro,
con más
intensidad);
en la geografía del miedo no son remotas las guacaladas de colillas,
ni las calles sin semáforos, ni
las aceras con bisutería.
Ninguna hora es virgen, ninguna
superficie tiene misterio: abundan, sí,
los proverbios, refranes,
máximas, durante este reverbero de despojos.
Siempre resulta incalculable el
ruido del mundo en mis zapatos.
¿Acaso otros tienen que pagar los
platos rotos con plegarias, repartir el hambre,
con la misma película de las
supersticiones?
—Más allá de estas cobijas
desprovistas de cuerpos, hay otros ataúdes…
Barataria, 18.XI.2015
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