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ADENTRO LLUEVE
La lluvia obediente a la piel, al
agua que llueve adentro, llueve ensanchado
este vacío del vaso pleno que
aguarda por el abismo.
Se bifurcan las voces alrededor
del cenicero y las colillas a la orilla del dintel.
Desnudo la puerta de la voz y
cuelgo del eco los cristales enmohecidos;
al fondo se esparce el cuerpo de
la llovizna.
El golpeteo sobre el cuerpo de
las ventanas, la boca ardida sobre la terca herida.
No sé a qué abismos pertenezco.
No sé en qué hemistiquio delinque
el ápice de la cópula, fértil de alas
y olores, como la avidez mental
de la página en blanco.
De pronto el poema es solo el
animal que el poeta ha discernido en su frenético
y abisal recorrido por las
grietas que hace la neblina.
Mientras baja quintuplicado el
paladar, copula la lámpara sus inocencias juntas,
hasta el punto de renovar, esa
antigüedad del centelleo.
Acumulados los instantes, el
pálpito es artero en la garganta: lo es el tiempo
y la sangre, la pulsación
saqueada del subsuelo. Lo es la escritura sin bisagras,
o el prensapapel siempre justo en
el sigilo.
Lo es el semen en sus distintos
apéndices y glosarios y pistolitas de agua.
En realidad, una tormenta, o esa
hermosura de llorar, es un reptil a puerta
abierta, o un anillo donde da
vueltas incesantes el espíritu.
Siempre estoy en ese otro cielo
frío de la otredad: tropiezo con trocitos
de analgésicos todos los días. En
la fosa de la noche, el útero negro del perro
que muerde las sombras de piedra
de la ciudad…
Barataria, 15.XI.2015
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