Imagen cogida de la red
DESVÁN INDELEBLE
Yo no llego de visita a esos
lugares pantanosos del tiempo: a diario los transito.
Quizá a algunos los deslumbre la
ventana oscura donde levitan las arañas,
quizá otros sean turistas de
estas calles y sus aguaceros consuetudinarios,
quizá nadie se alumbre con estos
desvelos,
ni hurgue en el cordón umbilical
del oscuro foco doméstico
carcomido por el polvo húmedo de la historia.
Por cierto, en el cordaje de la
hoguera, la memoria y su delantal indescifrable,
los rostros y sus gargantas
tenebrosas, el cianuro en el paladar,
las vísceras y su vejamen de
lunas.
No conozco otro desván a la
carcajada siniestra, ni otra mano a la que sostiene
el machete, ni otra memoria a la
exasperación del filo.
Ni otra eternidad a la del
chorrito de agua cayendo del tejado sobre la cobija,
ni otros dientes oscuros a la del
candil y sus trocitos de humo,
ni otro aire al sofoco que
producen las castraciones.
Sobre el ojo del día, el ojo de
la ciudad y sus inclemencias, la epidermis
y sus gérmenes. (Cada ráfaga es la expresión del tiempo: me
colmo de todas
las aguas, pero también me cuido de ciertas noblezas e infiernos.)
Alrededor de la excomunión de los
amantes, el nudo ciego del kerosén
y sus argollas de fuego. Encima
de las negras pasiones de los andenes,
la confabulación de las
alcantarillas y su bajo mundo de petates sucios,
y su vieja consigna de sarcófago:
al final la única artífice de lo
indeleble es la entraña y el pulmón de la página.
Barataria, 06.XI.2015
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