Imagen cogida de la red
ORFANDAD TEMPRANA
Mientras ardía en mí, la orfandad
temprana, la sombra dura del despojo
y el hambre. Debajo de los cascos
del aliento, el principio y el final
al mismo tiempo derribados.
Siempre descalzo y desnudo a la orilla del río.
Oscuro el cierzo y los huesos de
ávida melancolía.
La vida siempre tiene sus
fronteras: yo encontré las mías en la soledad
de la noche, del otro lado de los
embarcaderos inhóspitos y los trenes.
Antes siquiera de llegar a la
edad del despojo, ya había caminado sin retorno
junto a la miseria. Era como el
ave de rapiña ahogada en el entrecejo.
Huyeron entonces todos los
pájaros.
Los cuatro costados de la deriva
cansados de mis pequeñas manos.
Era miserable el escalofrío
asestado en el fonógrafo de mi pecho. Era larga
la súplica que nadie escuchaba,
largo el goteo del desvelo.
Busqué cobija en la memoria, en los
largos brazos de rieles y durmientes.
Desfallecía en aquella aridez de
la certidumbre; era visceral el árbol o la risa
que buscaba, la levadura hundida
en el camino, las palabras hechas escombro
en la garganta, la borrasca
presentida y repetida.
Oscuro en mi niñez, buscaba la
puerta de salida hacia la lejanía.
De aquellos años, todavía guardo
el aleteo. Pienso en la zozobra alrededor
de mis palabras, en las negaciones
y ausencias, en los pies primeros
que me condujeron a las
sastrerías y al propio instante de claridad.
(Hasta que destripé la llaga e hice del horizonte un violín
inédito.)
Barataria, 10.XI.2015
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