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QUEBRADA LUZ
Me quedo aquí en la antología de
la noche viva, a la vieja espera de los mapas.
La luz tiene el sabor de las
paredes encaladas, y también de los malabares
tropicales del paraíso: en la
mansedumbre de las curvas, el litoral simétrico
de la promiscuidad, o la muerte
penúltima de la mesa vacía.
Siempre los viejos murales de
alguna autobiografía, las hondonadas del aire
sobre la tierra, esta luz que me
recuerda con dolor algunas manos, calles,
exequias del color de lo real. El
cuerpo y los caballos de fuego, solo sostenidos
por la brida de contención del
inicio y el final.
Asumimos esta quebrada luz con el
puñal en los poros y el salivazo ancho
de la muerte, y los tiliches a
capricho de la esperma, y el vendaje despedazando
el silencio: uno vive intoxicado
por innumerables vertederos;
y sucede que el cualquier parte hay
arenas movedizas, oscuras arrugas
y universos terroríficos como la
conciencia.
(No sé si exista algún jabón para lavar la miseria, o una pócima
para teorizar
acerca de la vida, una almohada que haga suya la ternura, no el
ojo feroz
de un barrote en el pecho. Ahora, —y como siempre— se mata sin
piedad
la inocencia. ¿Dónde estará el último fuego?)
En los huesos, el ciprés y la
puñalada de la indiferencia. Meses de sombra.
A través de voces salpicadas por
la escoria conocemos los bordes de los tapices
que cubren las ondulaciones del
zodíaco. Nos corroe la oscuridad, mientras
la luz, —casi imaginaria y
huidiza—es súbita facción de lo lejano…
Barataria, 17.XI.2015
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