Imagen cogida de la red
VÉRTIGO INFINITO
Sobre la última intemperie de la
piedra postrera, los semáforos aferrados
a lo sombrío del tráfico: frente
al pelotón de mendigos, el paraíso náufrago
del fuego, las cobijas
desesperadas en el abismo de la muerte.
Harto de cuchitriles, descanso en
la otra mitad menos asqueada de la avidez;
me desencuentro con lo burdo de
las hernias, en lo íntimo el paladar roe
los vestigios de lo salobre, la
estaca tránsfuga de la modorra,
cualquier bostezo amarrado al
junco de la saliva. El nicho supura espasmos,
fluctúan los peces en el lagrimal
del rocío, —en el cráter de la bilis, los ácidos
o la carcoma del páramo viviente
entre los huesos.
En los lapsus de cada vértebra,
el fermento del panal en el tacto: la lluvia
de zumos fluctuando entre las
uñas, el espejo al gusto de las campanas.
Exaspera la ceniza en el hueco de
los zapatos como otra sombra prófuga
del pulso: desde la piedra hueca
del aliento, ya no sé el alcance de los vértigos,
ni hacia dónde nos quema el
rostro la niebla.
Uno no sabe de la fiebre de
párpados sobre los adobes, ni de las grietas
indescriptibles que deja el
espejismo, ni las islas que sangran en la cópula.
A menudo caminamos desnudos como
espectros entre paréntesis.
En el salto al vacío, terminan
suicidándose las cruces y la sequía de pestañas.
Si el infinito es un espectro,
prefiero hurtar el sigilo a tantos suicidas.
Ante las tantas señales de los
espectadores del abismo, la avalancha de sal
sobre el litoral de suicidios de
los brazos. Crece el desamparo como una paliza.
Barataria, 04.X.2015
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