Imagen cogioda de la red
EL TAMAÑO DE LAS ALUCINACIONES
La altura es solo la asfixia que
se hace perceptible en mis costados.
Sangran las lágrimas de los
minutos sobre la piedra que rige el frío de los pies
y de la muerte: el país quemado
en este invierno de grises, abundante
en la indiferencia y el
desenfreno.
Todo mundo transita sobre el
ciempiés amarillo de la violencia; la ponzoña
es esa otra forma del aullido; el
país, esta carne de cebollas podridas.
Dentro de la uña, los manuales
fétidos de la jungla, el tiempo corvo del
páramo.
Escribo en las orillas de la
tinta para borrarle los grises vacíos.
Es menester reunir algunas
palabras, las que den alguna luz o griten la luz.
Se multiplican y crecen los
crujidos: alguien, todos los días entra a la muerte.
Es como si en la jaula del país,
otras jaulas dentro susurraran monstruos.
Son tantas las pesadillas que uno
siente la necesidad de gritar: tomar algún
brebaje, subir intacto al
montículo de la esperanza.
¿Puede uno salir a la calle y
regresar ileso, limpio de heridas y ataúdes?
—Siempre uno huye de la noche y
sus párpados oscuros.
Siempre acecha sobre el pedregal,
el difunto amanecer del semen sobre la cruz.
Hay pelotones que comercian con
el asco y siegan la placenta de los suburbios.
Hay piedras inmutables como los
baches y los féretros, como el oscuro sabor
de las estrías del ascua. (En este juego de publicidad y marketing, el
polvo vuelve
al polvo, en tanto la orfandad abre sus grifos.
Lo cierto es que ya solo nos va quedando el escombro y la
parálisis)…
Barataria, 08.X.2015
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