Imagen cogida de la red
APRENDIZAJE DEL PRESENTE
Nos hemos convertido en señuelos
del presente sin que se superen los agravios.
Cada paso que damos está poseso
de plegarias, ¿podemos, después de la quema,
reforestar el aliento, limpiar
los dientes, elevar los salmos a cobija?
Seguro que de esta demencia del
frío,
apredemos a esperar de rodillas
la repunta, la nueva identidad que brota
de las axilas de las golondrinas:
uno corre y también se aprende a avanzar
en medio del hampa, entre los
imaginarios que poseen los túneles.
—Uno sabe, —por modesta
experiencia—, que los huevos trepan hasta el nudo
ciego de la garganta y que no hay
más trinidad, sino morder el guacal de peltre
mientras la tormenta arrecia.
En algún lugar de los harapos
zambullimos el aliento, embozada la imaginación
y los demás Lázaros en los
coágulos o las pústulas.
Uno solo alcanza a ver las
begonias espumosas del firmamento y a sobrellevar
el tiempo del luto, los ahoras
violentos que le apuestan al desprecio.
Cava o cala de cualquier forma en
el torrente, la sombra del presente.
Ante la ruindad del alma, la
desazón y el miedo que nos conducen al polvo.
Centímetro a centímetro, las
horas se hacen ceniza y temerario el sollozo.
(Para salir de la fatiga, es necesario desvelar las esquinas, o
huir con los ojos
cerrados hasta que los sueños revelen la otra cara de la moneda.)
Mientras el poder imante los
excesos de su lujuria, —usted, de seguro,
no verá brillar la estrella del
poniente: verá los cirios de sus propias ojeras.
Barataria, 07.X.2015
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