Imagen cogida de la red
ORILLA DEL ALIENTO
Mientras el tiempo nos divide, el
sudario roto de las esquinas y el aliento
postrero de la piedra: en la dura
hondonada del horizonte, sangran los poros
todos los miedos, el encaje de la
saliva, el inmenso animal que nos golpea
la conciencia hasta arrojarnos a
la intemperie,
donde los poros descienden al azogue
impermeable de los neumáticos.
(Uno camina entre afilados gajos de bocas, platos, colillas,
extraños sombreros
de vigilia y ausencias; en el fuego oscuro del desatino, el caballo
abisal de las criptas
abre los ojos de los
jazmines irrenunciables, el alto estanque de los ecos, las horas
de leche negra
sobre la página intravenosa de las palabras.)
Siempre pulsa el tiempo sus
pañuelos en promontorios de saliva.
El muro del escombro nos
contagia: el muro oscuro de la carne que petrifica;
descendemos a la orilla delgada
de los recuerdos, al río próximo
que se encuentra en la dentadura
del misterio: es tan modesto el candil
que cualquiera tropieza con
telarañas o esos basureros que abrasan sombras.
Vivimos, de pronto, atraídos por
los golpes de este mundo de bulliciosos
silencios, marchitos de aire y
palabras.
Clama la orilla de la lengua
frente a los aullidos, la feroz saliva de la soledad,
el forcejeo ante el ojo de los
desvelos, la cobija inocente de calles y rincones.
(El tiempo aclimata nuestros ardores, no los desvelos y cuchillos,
no las zonas
de los sordos, no la ceniza cultivada en el murmullo, no estos
días de excelsa
oscuridad.)
Cuando aparezca la luz plena, será la cara toda y el ala,
el horizonte en su postrera
desnudez…
Barataria, 14.X.2015
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