Imagen cogida de la red
ORILLA DE LA OSCURIDAD
Crecida la noche y sus orillas
resbaladizas, vienen las sombras manifiestas.
Ante la piedad destruida, la
congoja y su salmuera persistente y sus días
de tutelar precipitación. A veces
uno quiere desmarcarse de los puntos
suspensivos, de los hoyos que gritan en la entraña, de la próxima noticia,
de la boca sobornable en la
impudicia de los retretes.
Bajo lo aparente de la claridad,
está todavía la ladera en la memoria, el limo,
la lengua y sus sucios cuartones,
los extremos sordos de la sal y
el roto diente de los cristales.
(Uno, por cierto, nunca termina de entender el estremecimiento de
las horas;
mientras los ahoras se suceden impacientes, desciende el río de
sombras
sobre la memoria, nos hiere su orilla de litoral poseso, nos hunde
su presencia,
hasta el punto de la embriaguez. El ojo clama sobre la tierra.)
El mismo pez deshecho en la
huella de la noche, agosta el ritmo ya apagado
de las palabras que reptan en el
ansia.
En el extremo gangoso del
escombro todos los escenarios convertidos
en ceniza: hacia las formas
diurnas del presagio, el delirio inminente
de los cimientos, esos brazos
oscuros exhalados por el mundo. El borde lineal
del cansancio y su mano de
índigo. Y su vívida fuga de sombras.
La oscuridad revuelve todos los
desagües desnudos de las herraduras.
Es como si en la calvicie de las
telarañas, las orillas picantes del jengibre,
sangraran alrededor del paladar.
Uno cree que el caos es cosa de intemperies.
Barataria, 2015
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