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OLVIDAR EL INFINITO
La única versión del infinito que
tenía ya la he olvidado. (Es un poco —o
nada—
la multiplicidad del polvo en los armarios, en aquellas viejas fotografías
de la vida, o de la muerte, o de la escritura, o del adulterio de
la mosca chirriante
sobre la mesa, o la escritura del sexo sobre el armario,
la lectura homologada de los sentidos, ese otro texto agrietado de
la hojarasca.
Uno no sabe, por cierto, —yo no lo sé—, de qué goma de masticar
proviene
la saliva, ciertas perversiones o servilismos, ciertos clisés del
destiempo.
El verdadero sentido del sentido está al otro lado de las
brújulas, en el pulso
matutino de los espejos, sobre el espejo roto del tejado.
Duele la oscuridad con una bitácora de orgasmos inciertos: duele
esa extraña
posibilidad de no encontrarse. Duele el filo de la cuenca de los
ojos.)
—En el universo de las palabras
también es menester tener afilados los dientes,
trasegar desde la tinta el árbol
de los imposibles.
Hierve el ojal de agua frente a
los ojos; aquí, uno vive en permanentes absolutos,
sin que nadie cambie su
mansedumbre, o su extraña perversión.
Ignoro si alguien más quiera
olvidar el infinito y sus monedas y sus hot
dogs.
¿Acaso no se ven las ojeras
colgadas de las pesadillas o de las criptas?
Es un tiempo donde no debieran de
haber deudos, ni azadones, ni maremotos,
ni manos ajenas en las propias
manos.
Posiblemente no podamos olvidar
el infinito: es casi juego de la infancia,
tronarse los dedos y luego tirar
la desnudez en una cachanflaca* hasta alcanzar
el milagro de las distancias. Siempre
hay otras miradas en el firmamento.
Yo por si acaso, también juego al
filo de lo inminente…
Barataria, 18.X.2015
*Cachanflaca: arma de fabricación casera para
tirar piedras, compuesta por un pedazo de cuero... Usualmente de una lengua de
zapatos y hule; es similar a la hondilla.
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