Imagen cogida de la red
EL CUERPO EN LA CALLE
En la almohada de mis pájaros, el
ala absoluta de las distancias: días, noches,
y lámparas, brotan para empujar
el vuelo. Siempre hay un reverbero de calles
en los litorales, cazadores de
pañuelos, objetos, huecos.
Resulta cruel encontrarse con
rostros ennegrecidos, como zapatos de violines
dolorosos, como maderas de
confusa polilla: en torno a los ojos se ahonda
el riel gris de las sombras, este
haz de pelo que se enreda en el aliento.
Ando entonces, trepando las
escaleras de lo absorto.
Ando, sí, entre paredes que
duelen a bocas.
A veces los sueños tienen las
estrías de los declives, o la niebla triste del alba
en los muelles, o los goterones
desmayados de las esquinas del antro.
¿Quién olvida los miedos en un
país con cuchillos?
¿Quién camina ausente, distante
de tantos tiliches, conversaciones indecibles,
bocas de cavidades donde nos
golpea la existencia?
Es cierto, el smog oscurece de
igual manera al país; sí, es terrible la plegaria
que nos golpea, la mesa despierta
y con hambre, tal mis días de uñas y fuga.
A menudo solo nos desnuda la
bolsita de golosinas que pasa alrededor
de ojos y olfato, entre tanta
gente goteando féretros y alambiques mortuorios.
De pronto una sonrisa hace la
diferencia frente al sollozo.
Todo parece claro visto los años
desde la oscuridad. Cunetas, zanjas, el tiempo
en las escenas del destrozo, —vos
olor a madrugada mínima, confundida
entre la cobija irreal de la
esperanza, obstinada en esta prisión de los afueras.
Enmudezco. Y ya eso es bastante…
Barataria, 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario