Imagen cogida de la red
CREPÚSCULO ALADO
Culpa sea del ojo que acarrea a
su vestíbulo, el éter del tiempo y el bagazo.
Culpa del cuerpo en cuclillas
frente al espejo y a la gran sartén del hambre.
Culpa de la claridad y los
güishtes de luz que arrancan las pupilas.
Culpa el roce de alientos en el
azaroso cuerpo que rompe las campanas.
Culpa la sombra del despertar en
los rincones disueltos del desenlace.
Culpa del pájaro exacto de la sed
y su estática y húmeda nostalgia.
Culpa del ascua o del rescoldo
cuya pira posesa inmola la piedra legendaria:
(“Solo me fue dado rastrearte por la huellas peligrosas de la hermosura;
y extravié los caminos y en ellos me demoré;
hasta olvidar que sólo eran caminos, y yo sólo un viajero, y tú el
fin de mi viaje.”)
En el nudo ciego del magma viví
el caos que producen los agobios;
pulsa el pájaro de la vida sobre
caminos de exhaustos hervores.
No siempre la razón puede
explicar este laberinto de plural zodíaco,
ni apagar el chorrito de luz
inédita que brota de las esquinas del aserrín.
Desmontados los ojos del caballo
desvelado de la clandestinidad, el brebaje
de lenguas incontables, y la
necesaria efusión que provoca la batalla.
—Alguien nos llorará después
consumidos nuestros cuerpos.
Debajo de la sábana te desvelan
los agobios prolongados de este tiempo:
todas las despedidas de los que
partieron sin descanso. (El crepúsculo
tiene
la avidez, —no obstante— de tu desnudez que juega con mis sueños.)
Es como una inmensa ciudad “de
fuego arrebatado a los dioses”…
Barataria, 26.IX.2015
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