Imagen cogida de la red
FISURAS
Gasté toda la respiración en el
alba agonizante de las palabras: los huesos oscuros
de la irrealidad, suscitan
destinatarios inminentes, preguntas
desnudas como los muelles en las
madrugadas. O los destazaderos de reses.
Las fisuras bien pueden ser
sinónimos de este paisaje roto que vivimos.
(A veces quiero enterrar todas estas figurillas de barro en la
bruma; olvidarme
de la rabia del mundo y su drama, legitimar la tumba en las nuevas
cavernas,
cambiar de nombre los sueños,
atravesar los adioses de la desesperación como un pájaro.
Suelto el desvarío todo sabe a impunidad; juega lo inasible en la
tormenta.)
Aquí o allá, los ataúdes
inacabables de las horas: la mosca o la espina
en el pecho, emolumentos fúnebres
de los días, la lengua exasperada sobre
las baldosas, o el remoto
escapulario sin hostia.
Tanta sombra desconocida
reverbera en la memoria, puntos de partida
indecisos, insaciables bocas de
cuchillos, ávidas bestias sin vehemencia alguna,
que de pronto la oscuridad se
tornó oficio de alquimistas,
inspiración obscena de todos los
días, alimento vital para la muerte.
Uno no sabe ya, de cuáles aguas hay que beber, ni qué candil
ilumina
las impudicias, ni qué retoños
seguirán en esta salobre prehistoria.
Es terrible caminar centímetros
de hiel, de vísceras y hedor.
Ha muerto la verdad. Ahora
gozamos la catástrofe junto con ciertas lealtades.
Gozamos el misterio ecuménico con
ciertas fisuras seminales de alcantarilla.
Barataria, 29.V.2015
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