Imagen cogida de la red
DENSIDAD DEL INSTANTE
Uno quiere morder los manuscritos
del infinito con cierta premura. En el papiro
de los sueños, se leen los
espejos que el tiempo nos dicta.
El flagelo de las sombras es otra
adversidad entre las manos: nos parece
furtivo el pañuelo en este
instante que gobierna la intemperie. El ojo oscila
entre rituales y sordos ecos. (La vida siempre hay que enfrentarla cara a
cara;
con todo el imaginario íntimo de la brasa, sin las afonías propias
de la saliva.
Siempre resulta extraña la pesadilla del polvo en los laberintos
del sueño,
la piedra de la usura en el entrecejo, cuyo rigor muerde las
semanas.
Arde la sinuosidad del instante en el atlas del umbral.)
Una vez la densidad de cada circunstancia
deja de ser fuego, vuelve el rostro
de ceniza a inclinarse en los espejos: siempre
hay un momento en donde
los cuervos mueren sajados en las
pupilas.
Hasta aquí, atravieso mis propios
gemidos, los complejos rostros del abismo.
Ahí, en el mundo de las aldabas,
la puerta atraviesa la garganta;
mientras hurgo en los anaqueles
de las mochetas, un atisbo de polilla,
una historia que nunca rehacen
los muertos, ni los condenados a ella.
Uno no sabe después de todo, si
se pueden coagular todos los minutos,
el porvenir y las huellas del
desagravio. Y si hay otra tierra prometida
a diferencia del paraíso que
tenemos.
Ha sido de estremecimiento cada
sombra en el paladar: sombra es la imagen
de barro que nos convoca; en el
plato del rehén, el pájaro sepultado del alma.
Barataria, 13.VI.2015
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