Imagen cogida de la red
CAMINANTE
Los
caminos como un pecho abierto, con sólo la alforja del instinto:
fluye
la sal hacia el horizonte, fluyen los recuerdos como los tantos destinos rotos
y ahora escombro.
Soy
un caminante cuyos zapatos se derraman en la niebla. Sobre el ojo fluye
la
rama verde de tus ijares, el collar de la brisa, la bóveda mordida
por
los juegos de la fantasía. En medio de la noche, los peces impasibles
del
pulso, las aguas en el sendero de la noche.
En
la claridad de las ventanas, el pájaro antóloga almanaques de vilanos.
(Es otra manera de caminar
y comulgar con ciertos fermentos. Sé que camino
todos los días de norte a
sur, de este a oeste: las distancias, me parece, tienen
el aroma de los eucaliptus.
Existen andenes solitarios
en donde siempre escribo sin urgencia mis epílogos.
A veces una ladera muerde
la sombra de mi sombra.)
En
las esquinas de la ciudad, una estantería de periódicos mira el aire
envejecido
de los periódicos. Alguien desde mi infancia, me conduce por vados
y
muelles, por noches húmedas de caracoles y paraguas;
en
las defunciones es perenne la memoria, insepulta la memoria
de
los muertos, redondo el minuto inesperado que muerde al cedro insondable.
Inédita
es siempre la realidad reflejada en mis costados; perenne el puerto
que
golpea las pupilas.
De
todo, sólo puedo abarcar la línea del horizonte y esos pasillos de forma
interminable
por donde crece el mundo.
Barataria,
26.VI.2015
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