Imagen cogida de la red
PÁJARO ÚLTIMO
El
desvelo crece en el pájaro último que canta en medio de la bruma.
Ya
son insuficientes las palabras para tanta penumbra, mengua la luz, pero
prevalece
el absurdo con ese anfiteatro de lamparita de noche.
En
el pez del sueño, la eternidad descifra la voz lisa del bambú cifrada
en
los ojos donde galopan castrados los sueños.
(Siempre es difícil pensar
la última habitación de los deseos, la última boca
en ruinas, la camisa
disparatada de los sordomudos, el quinqué del agobio
en la lección de los
féretros. Acorralado ya, uno deja cosas colgando del umbral:
sábanas, incendios, y
cuerpos que crecieron junto al júbilo o al desamor.
Quizá en la vastedad de las
horas, y el presentimiento escuche cantar al pájaro
con su infinita ternura.)
De
pronto, los vitrales, no son sino rastrojos de magulladas voces.
De
pronto, las distancias tienen apenas el tamaño de un féretro.
No
existe remedio, después de todo, para curar los espejismos que entran
al
pabilo de la noche. Rota la oscuridad en mis zapatos y mis sienes.
Golpeo
las llaves contra el pavimento, sobre el granito fragmentos de aleteo.
Descorre
el humillo de las velas como un centinela imposible.
Siempre
es atroz el coagulo de sal que resbala sobre las mejillas: uno pierde
la
voz debajo de la nostalgia.
Entre
el guijarro y la hojarasca, otro destierro más hondo: clavo, martillo
y
madera, son ahora el trino y el paisaje y el yo descalzo…
Barataria,
23.VI.2015
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