Imagen cogida de la red
DEMENCIAS
Alguien
me habla de demencias. ¿Quién no está demente en estos días?
O
mejor aún, ¿quién está cuerdo? ¿Quién musita junto al alfabeto de los insectos
y
vacía los acantilados del aliento? (Yo
sólo quiero escribir: es mi única razón
de estar en el mundo. El
silencio y la noche en mí se corresponden.
Solo en la gramática de las
aniquilaciones, en la enfermedad que avasalla.
Hay que platicar con los
muertos y los que mueren, ¿será igual la trama?
Camino con los ojos de la
bruma, mientras adentro, hay espacios deshabitados,
las sombras con sus
advertencias milenarias.)
Quiero
escribir un manual, —por ejemplo— para platicar con los ecos que deja
el
luto, para profanar el monopolio en las casas de citas y fingir hasta lo hostil
de
lo indecible. Me llueve, mientras escribo, el silbido del evangelio universal,
la
mitad de las extremidades de la brisa,
el
corazón de un niño que no deja de contar paraguas en los parques pensando
que
son piscuchas; me llueve la primera sábana derretida entre las piernas,
y
su escapulario de firmamento derribado en el fermento.
Y
las miro, —miro las palabras hasta el encallado del paracaídas.
En
los pasillos del calendario, se disparan los arrepentimientos, recuerdos
sin
memoria y sin camisa: meros recuerdos, desagües de aquel grafiti
en
la pared. —Nunca digas palabras desgraciadas, solo palabras inocentes
o
generosas, para el caso: lavabo, inodoro.
No
hay nada de absurdo en los miedos, cuando éstos seducen y masturban
el
falo de los muertos. Pienso en vos cuando escribí mi primera palabra…
Barataria,
21.VI.2015
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