domingo, 21 de junio de 2015

EPÍSTOLA AL INSTANTE

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EPÍSTOLA  AL INSTANTE




Hemos erigido el bostezo de los huesos, en cábalas, abjuraciones e idolatrías.
El terror nos acecha con palabras de piedra: cada transeúnte encarna sus propios
simulacros, el desplome de las ojeras, los incendios de las rotaciones.
Somos ardor mientras llegamos a la otra orilla.
Arde la flama en consigna de luciérnaga; no existe la  totalidad en el escorpión
de los cuchillos, sólo el hilo del aullido en la conciencia.
Siempre respiramos la noche en el ojo del paraguas: el éter anula nuestra lascivia.
Despertar es tener memoria del martirio, del olvido y del breve instante que vivimos.
Ya de regreso, el espejo nos porfía sus mutaciones. (El grito resulta solitario
cuando ya no hay trino en la rosa muerta.)
Vuelvo a donde nadie y al esqueleto de peces carbonizados.
En el minuto la lengua desclava las campanas: por un momento olvido el trabajo
de la intemperie, y este reino reptil de sombra y miedo. Olvido que la codicia
es hostil y se esconde en la dureza de la noche.
Nunca lo efímero tiene raíces, aunque arrase de golpe el origen de las palabras.
No tengo más memoria que todos los comensales de esta tierra.
Nunca esperé tanto para ver la claridad: —vos lo sabés cuando has tocado la puerta
de los sueños y mordido las palabras del polen.
Siempre la herida en el costado se llena de nostalgia; alucino en la escarcha
funeraria del pálpito. Nada sobrevive, después, a los comensales de la vigilia:
hoy es hoy en la boca de algún sepulturero…
Barataria, 18.VI.2015

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