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HAY CALLES
San Salvador y sus suburbios: la
gris belleza de la emoción se apodera
de las calles; (no creo en el “folclorismo a ultranza”, ni
en el papiloma
en la garganta de niños recién nacidos, ni en ciertas mentiras organizadas
desde un país que no existe. No creo en la purificación de
lápidas.
No creo en los altos monumentos fabricados con argamasa y palabras
bonitas.
Tampoco creo en las paredes decoradas con esquirlas y saliva.)
Tengo adustos huesos en mi
garganta y camisas mortuorias en mi cuerpo.
Hay tantos comerciantes en las
aceras, que el hambre se viste de mediodía.
Hay lugares parapléjicos por
todas partes. Y estantes de erróneo domingo:
hay chatarra, bisutería, basura e
inocentes abismos hasta copar el infinito.
Hay manos dentro de otras manos
que irrumpen en la mesa.
Hay bocas, allí, desesperadas en
las alcantarillas y muñones de brazos
como extraña ceniza y periódicos
comestibles de melancolía y frutas hostiles.
Hay estómagos vacíos en calles
llenas de tiliches y gotas de despojo en el sueño.
Hay verjas que se asoman a los
ojos desde siniestros atrios y camándulas.
El tiempo se agrieta en la
impudicia de los cuchillos, en la servilleta oscura
de la tortilla, en la demanda y
la oferta de los intestinos.
Hay llaves sucias y limpias para abrir el cofre de la patria:
siempre es extraña
la sombra de la alevosía, la
ciudad y sus gritos sordos, los chunches envueltos
en harapos, la boca en el grifo
consuetudinario del humo.
Rumbo al desagüe de aguas negras
el vestuario de los secretos.
En las razones que tiene el
infierno, no hace falta la ebriedad de las plegarias.
Barataria, 31.V.2015
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