Imagen cogida de la red
BOSQUE DE LA TINTA
Al borde de la banca vacía se
disuelve el libro del tiempo: la tinta deja
en los ojos, una tormenta de
sombras invencibles: la historia que se rompe
en la soledad de la boca,
el espejismo que acaso nos
anuncia nuestra inmolación, el cortejo de las barcas
que descienden hasta la última
exhalación de los retablos.
La madera se aferra a lo
inverosímil; mientras, adentro, se fundan
los imaginarios; desnudo como el
pueblo abro mis sueños, mi estación de sal
con su embarcadero: atravieso las
mamposterías y los jeroglíficos
de las encrucijadas, los pájaros
de fuego que bajan hasta el pozo de la memoria.
Aunque siempre hay mudanzas, algo
pervive en los trapos torpes de mi mano
que junta los clavos del arcano
palabra a palabra.
Hay una historia viva en cada
hoja: en los callejones del tiempo, la gesta
de la fábula o la leyenda, las
distancias próximas a la ceniza.
Allí, reclamo el aleteo y los
fragmentos de exilio de este mundo acostumbrado
a la pesadumbre de las
funerarias, a los ahoras de arcilla.
(En este gozo sosegado, elijo el cordaje de la escritura y desafío
la escoria.
La relectura secular del tiempo cambia de manera puntual clavo y
madero;
diría que en cada camino hay cauces y preguntas: todo se anuda al
aliento.
En el leve hierro de la tinta, juegan y perseveran las ausencias.
Nunca dejan de ser verdad los puntos cardinales invertidos de la
congoja.
Todo nos abrasa, hasta las sabandijas que nos amanecen en el
aliento)…
Barataria, 14.VI.2015
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