Imagen cogida de la red
HORAS CONSUMIDAS
En la cúpula genital, los muertos
decapitados, innumerable arquitectura
sobre chiriviscos: tanta y tanta
agonía como la piedra repartida en el pecho.
Cuerpo sobre cuerpo, casi nupcial
la muerte, esta cavidad hundida
de taladros. Desfiladero y
sepultura, alas en el reloj ciego del semen.
(Adentro
de la tierra suspira la macolla del dolor, el azadón abriendo la
fosa, no el surco,
el arado que alarga las coyunturas del encaje;
sujeto al hilván del susurro, la hiel y sus entretejidas hebras.
Crece, sediento, el desalojo y su torpe destino de alambrada y su fiera
desnudez.)
Es tiempo de horas consumidas, —me
dices.
En la blandura de la carne, no se
hace eterna ninguna altura.
El ijillo de la muerte, también
aprieta de olvidos la piel: así lo dice el catecismo
de los días postreros. Todos los
lugares ciegos del cansancio y la desventura.
Hay que huir del bramido, no de
la amnesia; si del coágulo demente debajo
de la lengua, sí de los huesos y
esqueletos seminales.
Es mejor entrar a un prostíbulo
que salir a la calle con sus aceras corrompidas.
Tejen las begonias su desierto de
garganta.
Tropiezo cada día con extraños
habitantes en un país de inminentes soledades.
Ahora solo puedo hablar de horas
inmoladas; la sed de huida rompe
las pupilas, la calidez de los
pezones: morimos en la vastedad de la primavera.
Muere sobre la piedra el tiempo
vespertino y sus emociones.
Antes, ya otros, habían
cabildeado candelabros en las fisuras de las baldosas.
Barataria, 06.VI.2015
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