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ESPEJOS LÍQUIDOS
Todas las aguas del río
descendiendo a mis pantalones: con mi humedad
a cuestas cobijo la noche. Corren
las aguas sobre el espejo líquido que talla
el cielo; cada huella naufraga en
los barquitos de papel que se deslizan
como pequeños ataúdes.
Vos aquí en las aguas rotas de
mis manos. (Ciega y traslúcida la fiebre
del alma
mojada en el espejo; en el limbo, Dios, inventando otras sombras,
otros días con brazos de ternura; otras brumas que no se disuelven
de manera
inocente.)
Hemos partido las aguas del incensario profético.
Desde el ojo, la sal derrumbada,
el agua inventada del cordero. Extraño Paraíso.
Desde el caudal sombrío de las
aguas, el corazón árido del pájaro en el desierto.
Desde los viejos comensales de
las parábolas,
el inútil cofre de la memoria, el
futuro absorto del mundo y sus huestes.
Por si acaso, lavo el ala y los
zapatos, quemo la sordera que atraviesa
corazones; quemo la cárcel de los
pensamientos trasnochados, aunque siga
siendo un proscrito de sollozos deleznables.
—El espejo no termina de entender
la sombra inasible que nos aprieta el alma;
sobre los interiores impávidos,
el sueño delata intemperies:
huimos de los desgarramientos que
produce el precipicio, descendemos
hasta el océano, la huella del
inconsciente nos abrasa con su oleaje.
¿Nos salvará, después de todo, la
poesía fugaz del horizonte? (Nada importa
cuando el vacío de las aguas, es otro hueco de inclemencias.)
El espejo en pedazos nos impide
ver con claridad el horizonte.
Barataria, 10.IV.2015
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