Imagen cogida de la red
ALBAS DEGOLLADAS
En la defunción de las palabras,
ese otro planeta donde relampaguea la muerte.
El alba, acaso, sin una pisca de
raíces y profundidad y placenta.
(Cada quien ha roto, cercenado, mutilado el grito del cierzo, ha
asesinado el sexo
de las estampillas y desgarrado el pan en minúsculas partículas.
Alrededor nuestro
los cangrejos en miniaturas, y ese pedazo desgreñado de sol
en las mañanas.
Y ese brebaje de puertas sin ojos y ese perfume apretado de
genitales.)
Uno siempre tiene que estar
teatralizando los sueños.
Quizá renegar de tanto sudor en
las axilas; quizá de agonizar invocando seres
extraños: ángeles, arlequines,
oráculos, relojes que no dilaten la profundidad
de tanta lejanía. La desnudez
siempre es como el mundo de la demencia.
En la alforja del pálpito no se
pueden guardar tantos días con mecates,
ni sostener los desmedidos
bolsillos del miedo.
A cambio de nada degollamos el
alba; y sin embargo, lavamos con salmuera
los pañuelos de la historia, los
pies que siempre recuerdan las ausencias.
¿En qué covacha de sombras cabe
la esperanza sin hacer analogías patéticas?
Dentro del vacío de las
cacerolas, el castillo de naipes pintado de arcoíris.
Sólo nos queda el excremento de
animales disecados.
—Vos lo sabés cuando la piel roza
el asfalto del calendario: siempre el filo
conmueve en lo indefinible.
Después de todo sólo nos queda entre manos,
la uña del semen y los lavatorios
de curtidos dolores….
Barataria, 28.III.2015
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