Imagen cogida de la red
INFANCIA CON FÉRETROS
Yo sé de sus muecas y de sus
vacíos interminables. Sé de los cuchillos callados
de la noche, mordiendo sin pudor
el rostro silencioso de la infancia.
En la sangre corren las
estaciones y el árbol de la respiración a merced
de las sustancias del miedo.
Sólo puedo decir que uno se
desploma ante tanta hostilidad de muladares:
pagamos tan alto precio para
vivir que nos olvidamos del frío
y sus uñas abiertas; nos
olvidamos de la vida ante la muerte petrificada.
(De pronto somos la metamorfosis de respiraciones ajenas, la vemos
tatuada
en el espejo de nuestra conciencia, aunque tengamos noción del
suicida.
Siempre resulta grotesco el aliento en la inmovilidad ebria del
granito.
En la plegaria de los féretros, la infancia vencida de las alas.)
Esta medianoche de jaula y
vigilia, nos mantiene en una alegría prohibida;
amordaza hasta los últimos
rincones de los huesos.
¿En qué lejanos sueños, éstos no
están en manos de anticuarios?
¿Qué nombres debemos invocar,
hoy, frente a tanta herida, frente al candado
mudo de la orfandad y la
intemperie?
La razón de esta fiebre no
debería tener pretextos, ni llenar los ojos de sal,
sino de barcos y trenes y alas. (No puede haber olvido en presencia de la
luz.)
Caminamos, por cierto, pero a
nuestra espalda, viene el aliento de la muerte.
Barataria, 20.IV.2015
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