Imagen cogida de la red
CUERPO
Hasta que se doblen las esquinas
del testamento, las manos aprietan
las ventanas surtidoras del
proverbio: cuerpo como la primera escritura
en los puertos. Desciendo hasta
el correo de luz de tus enigmas. Desde la hora
de cristal de los minutos, las
palabras llegan hasta el interior
del fuego de la sed. La herida
triza el vuelo.
(En realidad, nos olvidamos de cualquier enigma; pero no de la
fosforescencia,
ni de algunos pájaros que nos sitúan en otro mundo.)
Encima del vestido blanco de los
poros, la lengua roja de la sed, tiende
su vértigo de azúcar: es selva la
ciudad del sueño en mis manos.
Antes, solo descifrábamos las
enredaderas de las moscas y su éxtasis trivial.
Después, nos hemos detenido,
—soberano el oleaje—
en las aguas absortas de los
pensamientos. Hemos arqueado el fulgor
de la saliva y todo cuanto es tu
cuerpo solar.
Ahora estamos más desnudos que antes entre los paralelos de la
enredadera;
los dedos abren el sendero del verano.) Y no hay marcha atrás sobre la
espiga
o el basalto: resucitamos desde
donde cavamos.
Barataria, 18.VIII.2014
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