Imagen cogida de la red
ESTANTERÍAS CONVULSAS
En el
silencio se pueden ver las estanterías convulsas de los alfileres.
Las
restregadas sordas de los chuchos en el polvo, me advierten de las moscas
apoltronadas
en la orillita del misterio: su ruido negro es como una bocanada
de humo
salido del candil empinado del ansia.
No es
fácil atravesar el menudo hilo del aliento, sin alguna nomenclatura.
A cada
rato el cuerpo babea sus aguas, tartamudea el barniz ceremonial
de las
indiferencias, el rescoldo de las pupilas descompuestas;
en las
calles siempre hay un olor sepulcral de huesos, de dril la gota de sudor,
el médano
de fotografías carcomidas.
En el
pulso tiemblan los refuegos de la desnudez y las diademas destrenzadas
de los
encajes, y los senos del disimulo encendido de las semanas;
el juego
de dientes siempre intriga, lo mismo que las palabras
del
remordimiento, o las pelucas trenzadas a empujones.
Junto a
los disfraces utilizados para vivir, están los parches de misterio
que uno
quiere ponerle a la vida; están los golpecitos de pecho frente a la hedentina,
y hasta
los gritos despeinados de las solapas.
Siempre
ocurre lo mismo con los juguetes de cuerda para la niñez.
Uno sopla
el fuego añadiendo saliva a la flama sin dejar de pensar
en el
responso del olvido o en la tempestad minúscula de las piedras del mal.
La única
potestad que advierto, es el ornamento a los goterones de ojos
al
desabrochar el temblor de la carne justo cuando abro el pecho…
Barataria,
17.XII.2016
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