Imagen cogida de la red
QUEMADURAS CONJETURALES
Entre
las tantas quemaduras conjeturales está el estrabismo de la luz
y su
juego de ladridos derrengados.
Hay
imágenes allí de espejos y cuadernos gastados por el sexo: los relojes
queman
con su pelambre, mientras las catedrales se encaraman en uno.
Habría
que ver cuánto tiempo se zambullen los pájaros en los monumentos
protegidos,
en las lejanías donde ya no llegan telegramas, sino e-mails.
—Me
ganás la partida con todas las postales de lluvia envolvente
en mi
pañuelo. Yo ya he dejado de salivar como se hace en un hipódromo.
Es
curioso eso de sobresaltarse con el ruido de un cincel.
Ante la
proximidad de muchas alambradas, cojea la mudez en los barrancos.
En el
interior de la boca, son extrañas las llagas de las dentaduras postizas,
y esa
encerrona de humo en el pecho a punto del ahogo.
Todo el
fuego gira como el reloj alrededor de los dedos y abstracciones
del
alfabeto. De remate pescamos el asco, ácido, de precarios candiles.
Cada
llaga tiene la desventaja de que no es inmutable: bebidos los analgésicos
para la
esperanza, las arterias descomunalmente chamuscadas,
están
allí, como una vieja almohada rescatada de un incendio.
(Yo en mi tentativa conjetural) el parpadeo ilegible
y su exhausto día muerto.
Cada
quien delira frente a la entereza de la roca y su aliento de mediodía.
Cuando
la piel hierve hay una comezón en el aliento.
—Ahora
quiero escuchar un blues y morder de nuevo la herida hasta sangrar.
Barataria, 30.XII.2016
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