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TEMPRANA FUGA
Súbitas calles muerden las sombras de mis pies. Hienden las
sienes
las hienas sordas de la negrura; ciegas las infancias del ojo
indefenso
ante el olfato roto de las alambradas.
Uno acaba cambiando de piel ante la polvareda, o la carcajada
abierta
que nos desafía. A veces sólo queda cruzarse de brazos,
adelantarse
a los horrores de la noche,
morder el pescuezo siniestro de las deshoras, jurarle a la
reúma
del poder sobre las migajas, o encasquetarse en la boca
de los sombreros sin posibilidades de retorno.
Jamás se retorna a las mismas aguas, aun cuando giman las
culpas.
En los alrededores de los sueños, hay necesidad de tocarle las
manos
a las horas, precipitarse en las caligrafía de los cadáveres,
repasar las lápidas quebradas del aliento.
Ahora únicamente sobrevivo al ronroneo de la apariencia, al
grito
desordenado de los candiles, al párpado quemado de premura.
Soy convicto de penurias, y confesas verrugas que de seguro
requieren
más de una cirugía. Leo desde el calorcito de las cloacas.
Me divierte a fin de cuentas el fastidio, esta herida abierta
que nunca
fue curada (me duele
evocar la saliva de tu boca, no regresar al umbral
de tus muslos. Me duele
el frío en mis manos.
Me duele pensar en los
condones reales de la soledad y obligarme
a un tiempo de vómitos
de tedio y a yermos ardimientos.)
Barataria, 04.I.2017
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