Pintura de René Magritte,
cogida de Printerest.
CUENCO DE LOS PÁRPADOS
Tras la
furia del aire mordiéndome los talones, el cuenco de los párpados
acumulando
su propia polilla, las atrocidades que deja la sangre
cuando se
marchita la palidez cosida del aliento sobre el bostezo del sueño.
Sangramos de
impotencia frente a otros mausoleos.
La demencia
es tal como la necedad de las sombras, como los agujeros
de los
ojales confinados a la herrumbre.
Uno se cansa
del reloj clavado en el entrecejo, en la cabecita del alfiler que rasga
el grito del
costado, los grises sin los cabellos de los santos.
Todo se
acumula en la esperma peatonal de las imágenes diseminadas del país.
Es ciega la
piel obligada a la tierra. (De pronto, de
la estupidez pasamos
al sentimentalismo, a la proclama y al titerismo.
No dudo, por hoy, en la demasía
de las luciérnagas, ni de cómo golpea el falo en pleno frío todo el muro
de la noche y su conducto tintineante de éxtasis.)
A veces se
necesitan pedales para incrementar la velocidad de los delirios.
Todo es
necesario ante la congoja del alma, aunque parezca inexplicable.
Estornudo en
mis cuencas, luego de pensar en las cerraduras y los zaguanes.
Ya de
soslayo, las esdrújulas del granito en los ojos.
Es difícil
la ternura en un paladar agrio. Difícil las tantas formas de morir.
Difícil el
catálogo de los vacíos, la creolina de los enajenamientos.
¿Cómo es que
el gozo se torna arcaico, detrás de pájaros desvelados?
—Para
ciertas certezas, es necesario, una rebelión de bolsillos, o si se quiere,
un
espantapájaros para desbandar los defectos de la mirada.
Barataria, 02.I.2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario