Imagen cogida de la red
SARCÓFAGO DE ARCILLA
En
cierta forma, siempre he odiado las ausencias y las distancias.
Nadie
puede soportar tanta arcilla de olvidos, ni caminos sin boca y ojos.
En el
ataúd del tiempo, los vacíos como una almohada de anestesias:
alguien
ríe de excrementos impronunciables, desde epitafios entre comillas; una onomatopeya
malsonante acaba siendo el oprobio.
Me
gustaría que hubiera sinónimos irreversibles para el bautismo, afiebrados
como
las pesadillas, vacíos como una ventana, indecentes como el sollozo
de la
miseria, torcidos como la resurrección del cierzo.
(Vuelo, por si acaso, en el aforismo de una
vagina, en el tropezón de una lengua
con jadeos, casi a flor de piel lo traslúcido
de la salvación de mi alma.
Toda la lucidez se viene en la liturgia del ábaco.
La sal hiende los calorcitos de la saliva, la
flama del alcanfor de las aceras,
o esa flor desteñida de taberna con rímel
ahogado en la cadencia.)
Hay
cosas que pasan mientras los pájaros cantan o se refugian en las ramas.
Antes
era más rápido (me dice) el reloj de los recuerdos. Hay evidencia de ello,
aunque
en algún momento escuche la expresión: ¡más despacio!
Así, con las manos ocupadas y el sopor imposible
del fluir.
Ahora
sonrío restregándome la cara frente a las estanterías hundidas
de las
aguas: siempre es así este juego de la nada, incluso de la muerte.
Debajo
de la cobija uno cierra la respiración.
Alrededor
del hundimiento parece que flota el estruendo de los barrotes.
En un
país tan lejano no hay plomada para el equilibrio…
Barataria,
21.XII.2016
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