Imagen cogida de la red
VOZ PREMONITORIA
En
ese juego que jugamos y nos deja en la deriva, quién sale ileso del puñal
que
se adentra en el costado de los sueños.
Amarramos
los hilos del polvo como si de eso se tratase: uno olvida
que
la mudez tiene cerebro y que los techos son tan altos según la respiración.
Uno
atisba las afonías del petate del prójimo, las heridas húmedas
de
la conciencia, el verdoso endurecido de las cicatrices.
Pensamos
la realidad desde los pies y los bolsillos en el aliento: ese orden
nos
hace muecas, nos arroja de continuo a las alambradas.
(En esta saliva que no alcanza a
deletrear mi boca, ya no sé quién soy.
Ignoro cuántas escaleras debo subir y
bajar o si es mejor dejar que fluyan
los ultrajes, si agarro un poquito de
luz o frío en las calles.
Desde los aullidos en la puerta empezó
a renquear el aliento, las cataratas
de los dientes, toda esa jerga que uno
quiere barrer en las aceras.
Desde la penitenciaria de mi infancia
supe de esas noches apretadas
del ayuno, supe de ciertos códigos
embalsamados en pocillos de miserable trajín:
la duda vino a ser una lámpara tan prodigiosa como los
zapatos.
Yo sé que mi orden no es el de los
demás, nunca lo ha sido cuando yo vivo
en completa y franca desnudez: he aprendido
de la memoria y el desprecio:
usted sabe que no vivo de simulacros y
aunque mis raciones diarias
son el desaliento, no hay mejor tumba
que el tiempo y la piedra sin saber
que oscurece según los lugares donde el
aire avienta la ceniza.
Quizá mañana me hinque cuando haya
cavado en mi propia boca.)
Barataria,
17.VII.2016
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