Fotografía de Rebecca Cairns, cogida de blogs.20minutos.es
TITUBEOS
Un
taburete de heridas muerde el cielo falso de toda la desolación del manojo
de
cementerios que viven con uno como interlocutores de un tiempo fenecido.
Cada
quien vacila o se queda perplejo ante el humo que se desliza
a
través de las sienes: supongo que siempre he andado en las orillas
del
vestigio, en la úlcera que cava en la carne y luego vive allí,
en
la respiración de la ceniza, dentro del ojo negro de los cachivaches,
esos
que guarda la memoria mientras la sospecha no desvela sus sombras.
Siempre
resultan extrañas las ventanas frente a lo incierto.
A
veces los umbrales sólo sirven para colgar los pájaros del más allá.
Cada
vez subrayo mis propios letargos.
Siempre
resultan irremediables los manifiestos de los ataúdes,
en
medio de una luna de musgo irrefutable. (En
el gastado diccionario
de la niebla, los folios de la hojarasca, alborozan
algunos azadones sumergidos
en los pétalos
amarillos del crepúsculo.
A veces las palabras
se vuelven redondas e imposibles. Ciénagas. Espinas.
A veces sólo
salpicadas por el resfrío, o anémicas de tantas heridas.
Uno aprende a vivir
justo en los linderos de la culpa: en los ojos el rigor del dolor
y la ceniza
enmohecida de los golpes. Y la noche y sus férreos anillos.)
En
mi infancia, el arco iris colgaba de las hojas y no habían tantos guacales
llenos
de melancolía, ni ventanas cerradas durante el día.
Brincan
las aldabas del ruido y el golpe de alas junto al de las carnicerías.
Barataria,
12.VII.2016
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