Imagen cogida de la red
AHOGADO ALFABETO
La
voz, allí, pegada en la pared, en el oscuro diente del vacío, en el guacal
de
latidos insaciables, en el lecho
monocorde del aserrín,
quizá
en ese dolor ciego e implacable de la saliva, quizá en la yerta degolladura
del
alfabeto, quizá en la bocanada de carne del presente, donde el vaho
es
ahogo y el aliento un espectro que habla a las calles.
En
la gota de cierzo se ahoga el mundo y los defectos de los candiles,
y
los húmedos poros de los torbellinos, y los pómulos huesudos del arco iris,
y
los dedos demasiado cortos de la risa y las baldosas oscuras del resplandor.
Nos
ahogamos en las enrarecidas acrobacias de las moscas,
en
el cerrojo hasta el cuello de los insomnios, en el sudor de lengua tras el grito.
¿Quién
vive en la bocanada de estío?
¿Quién
sin nadie mordiéndose en el polvo, roto el ojal de los recuerdos?
¿Quién
sangrando en su propio olvido sin retorno?
Tras
el humo recurrente en las manos, la ventana circular de la deshora.
Cada
día se van borrando los hilos circulares del abecedario:
hay
dramas abominables como las zancadillas y su patética disculpa.
Mientras
crece lo sórdido, la noche aflora en la madera del cuerpo.
Avanzan
los peces subterráneos de las cicatrices en
medio del escalofrío.
En
la huella del remiendo, otros nombres difíciles de pronunciar: memorizo,
claro,
la mortaja de los ardimientos, el fuego debajo del arado.
Dando
vueltas a la calle, el estribillo de la infamia y todos sus consortes.
La
lluvia inanimada se bebe toda la respiración, la tuya y la mía…
Barataria,
04.VII.2016
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