Imagen cogida de la red
ACERAS AGRIETADAS
Como
una lengua de aviesos cauces estas aceras agrietadas de la historia.
Sus
párpados rotos no caben en los dientes, ni en la sombra furiosa
de
la orina, cuya presencia húmeda rumia y vocifera en el olfato.
Allí,
en la orilla del silencio, las palabras hechas añicos, los cirios con sus pecados
abisales, alguna
hormiga debajo de los párpados.
De
mi respiración, todos los transeúntes con sus hendiduras amontonadas;
esos
espejismos que de pronto entenebrecen la saliva hasta dejarla sangrar.
Pocos
saben lo mucho que se muere antes de borrar los caminos de las sombras
y
lograr la absolución definitiva.
El
peligro siempre está en los callejones sin salida de la conciencia.
¿Hacia
dónde nos conduce el panal de dientes de la brisa?
¿Hacia
qué subsuelo descienden los aleros de la congoja, el búho mordiendo
los
confesionarios en medio de un tintineo de puertas?
Cada
quien comparte, en cierto modo, el olvido con las estatuas y sus feligresías.
Más
allá de estos delirios, uno se encuentra con calles oscuras y portentosos
cascos y golpes a corazón abierto en los vacíos del Paraíso.
¿Qué
hace uno, entonces, cuando el cántaro de lo amargo se abre junto al rocío,
cuando
la baba de las peluquerías se incinera,
cuando
una mano desconocida hace temblar las canillas?
─Como
en las fiebres de la memoria a la medianoche, los pensamientos superan
al país:
muerdo la campana del umbral sin decir palabra alguna.
Así
sobrevivo a las migajas y a esa llaga bastante grande del conjuro.
Barataria,
21.VII.2016
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