Imagen cogida de la red
OJOS
INMEMORABLES
Hasta hoy, no hay memoria. Quizá nunca
la hubo. Han sido calles o puertas,
lo ignoro, pese al presentimiento del ruido de la humedad en los
pómulos.
Existen pensamientos debajo de la
hojarasca, allí los agujeros invisibles
de las depredaciones, las cascaras de
las sombras agitadas por el viento.
Nos muerde desde siempre el galope despolvoreado
de las bestias,
las muertes profusas que oscurecen en
los candelabros.
El aliento a veces se espesa en los
sellos postales, uno le da crédito a los listones
de saliva que le sirven de
adorno a la opacidad de los ungüentos.
Al grito fervoroso de los cerillos,
agitamos el largo espejo del mediodía,
pero no la memoria con sus metros de
triciclos, no aquí, toda la obediencia
gastada en la danza de los anillos del
sexo.
Cada día nos enlutan los aguaceros,
usted de seguro no lo recuerda, ahora,
que se escuda en la amnesia y atardece
husmeando, pese a los cansancios.
En la fuga de los ojos, las astillas de
la otredad evaporan el disimulo.
Dan asco los óxidos del hastío y los
ombligos putrefactos de la efervescencia;
ante las ramas esparcidas del aire,
siempre me resigno a las noches y al
guacal confuso de los ojos donde el polvo
hace lo suyo, sin dejar espacio para la
fuga. Mientras crece lo inmóvil,
aumenta la cárcava de sed y las manos
pervertidas del moho,
prospera la usura como un trote de
tinta en el grafiti de las paredes.
Quizá sea yo, el que desde siempre
carece de memoria: supongo que es mejor
así, a perder la calma y a quedarme
viendo los goterones de los trenes.
Barataria, 25.VII.2016
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