Imagen cogida de la red
VOZ ABAJO
Estaré
aquí mordiendo el susurro de la silla, esperando la contraorden
de la
angustia: sí, mueren las horas como un chorrito de agua salido
de las
fosas nasales, desde el golpe que trastabilla en el mechón de saliva
del
grito, o en cada uno de los dientes que golpean la paciencia.
Desde
la voz callada, el himen roto del desvelo y sus ojos de moneda curtida.
Después,
el pellejito de la maledicencia haciendo lo suyo.
Después
la voz quemada de las lejanías,
después
el hilo roto del alfabeto y los negros fierros de la noche y sus ahogos.
Después
el abanico de cuchillos sobre la ceniza rancia de los pájaros.
Después
aquella gota de eternidad mordiendo el pantalón hasta desplazar
la
concavidad de las aguas y la escalera que sirve de respaldo.
Voz
abajo, el susto y todos los remordimientos en el guacal del firmamento.
Ante la
pizca de luz de los albañales, uno hace reminiscencias infantiles;
con
alguna generosidad se cede al oprobio,
a las
ramificaciones que tienen los aturdimientos, a las páginas
de
incertidumbre del abismo, o a las exclamaciones que provoca la barbarie:
uno
está expuesto a las flores sin aroma, a las muchachas dulcemente
afeitadas
y a ciertas bocas oxidadas por el perenne abandono.
Voz
abajo reclaman su necesaria presencia los espejos y su roja jaula de eclipse.
(Debajo de la cama uno cede a todas las
noches, a la locura irrefrenable
de ladrarle al tiempo, a veces a tararear la monotonía, o vaciar los
brazos
hasta decirle ya no al crimen y a las lunas
con telarañas.)
Barataria,
10.VII.2016
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