Imagen cogida de la red
JUEGO DE OLVIDOS
La
luz desata los cordeles de la claridad y desvanece el reguero de lo oscuro:
Relojes pervertidos por innumerables
sueños, cavan en la viva cal
de los caminos, y desandan los quejidos
molidos de los brazos,
y desmantelan de golpe las partituras
del aliento. Y braman en la otra mejilla.
Uno siempre pretende ser huésped
permanente de olvidos.
A veces demoran las ventanas en su
calma: siempre la transparencia
es un ardid en un mundo invadido por
las arrugas consuetudinarias del cadáver
de todos los días, por las muchas bocas
y manos circuncidadas.
Uno no sabe a qué se juega cuando el
esmalte tiene pupilos fenecidos,
y la migaja no alcanza para llenar los
guacales del viaje.
De pronto nos hacen creer en el ocote de
los proverbios, en el galope
sin extravíos de la eternidad, en una
boca elocuente de frondas.
Uno no se cura con todas las marcas que
nos deja la embriaguez: en el ojo paliducho
del prostíbulo, hay quien se
retrata jugando a la buena suerte.
─Dejé de creer en el aleteo y respiración de
las dunas y el matorral.
A
uno lo aturden todas las proezas de los candelabros y su genialidad.
(La domesticidad tiene algo de adiposo
y curvatura, pienso mientras me abrigo
en algún desfiladero. Claro uno
redondea la lascivia de las peluquerías y bueno,
la acción toca la herida hasta inclinar
los ahoras.
Cada vez me escandalizo menos: soy un
pequeño animal enrocado en viejas
fotografías, en medio de esa liebre de
minutos donde el único orden posible
es el olvido. Cierre usted los ojos y
verá)…
Barataria,
20.VII.2016
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