Imagen cogida de la red
PARAGUAS
Oscurece en
el hongo negro de la respiración, vos en los calendarios al borde
de la nada,
sobre la diadema agrietada de la boca: a menudo uno se percata
de ciertas
tempestades, —digamos, de ciertos océanos inexpresados
en el pecho
y que balbucean oscuras nostalgias.
En algún ojo
devastado se desangran las sombras, negra humedad de piel
y musgo,
negras lluvias y patéticas alegrías. A veces solo invoco los antiguos
arcanos, el
destello de sexo en la copa del día.
Uno pasa las
aguas con cualquier estandarte en medio de las manos.
Sobre la
conmoción de los relojes, la oscuridad mojada de las axilas, y la puerta
de la
infancia con sus llaves redondas.
Al comienzo
uno siempre desafía cualquier sospecha. (Crece
el albedrío
del goteo sobre el cuerpo; crece
la extraña brasa de lo líquido; crece la madera
apagada frente a los ojos; crece
todo este sometimiento al frío.
Crecés, vos, de armadura y
olvido; crecés bajo la tutela de los signos inclementes
de la ceniza.)
Hurgamos en
el rostro de las palabras.
¡Saber que
la memoria ha sido hecha de nudos desasidos! Un paraguas,
—acaso—, de
violentos estertores. El aliento tiene sonido de caverna.
¿A qué paso
la bestia de la herida nos depreda? Tu voz, apenas, llena de luto;
nos castra
el perro, mientras ladra la lluvia su latido errante.
—Olvida toda
la madera que hemos vivido, enterremos los trapos en la lluvia.
Barataria, 10.VII.2015
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