Imagen cogida de la red
ESQUINAS ANÓNIMAS
Nos muerde los calcañales este
olvido de sangre rasgando nuestras esquinas;
parece cal viva el quiebre de las
palabras, el pájaro oscuro que llora
junto al pulso descalzo de las
rutas mitológicas de las brújulas.
Nos perdemos ya en esta ruta
desabrida de la boca: nunca antes, la edad
de las paredes fue tan oscura,
roto el resquicio del eco, quemada la vivencia
después de todo. Somos anónimos
como los miedos en las esquinas del vértigo,
pulsantes como el tiempo en crisis,
crispados como la leña en el
poyetón cuando arde la flama,
la verdad siempre se hace
corrosiva en las vísceras,
la oscuridad no tiene pantalón ni
vestido, salvo la penuria y lo salobre
que produce la memoria ante el
salmo del infinito.
(Adentro de la carne, los clavos y el fugaz estante de los sueños.
Camino. Caminamos. Inventamos grietas para justificar nuestra fugacidad, el
braceo
alrededor del hilo ciego de la historia.
¿Qué entender de las distancias intraducibles del oído?
¿Qué deberíamos aprender de la fábula de dos sombras pegadas al
muro
de ayer y hoy? —Ignoro si es posible robarle al in finito otra
imagen nuestra.)
En los peces oscurecidos de la noche, apenas el
goteo oculto del frío.
Uno muere sin darse cuenta en
navíos de melancolía.
En lo remoto de las sienes estas
esquinas anónimas y oscuras del pan;
el tiempo, sin embargo, con los
párpados únicos de la sed: me quedo, pues,
en el hondo mar de mis zapatos;
no puedo escapar a lo que me arrastra.
Barataria, 19.VII.2015
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