Imagen cogida de la red
OTOÑO DEL RELOJ
Y
en el árbol de enfrente y en la losa marchita, los trenes labran el horizonte
mientras
el reloj avanza a través de la geografía del cuerpo.
Declinan
los mapas y se apresura desnuda la tarde, luego será noche
y
mortaja todo el poniente.
No
existe nada que inmunice los ahoras, ni el aire que disperse las palabras,
ni
la camisa de fuerza de las sepulturas.
Ahora
sé que la eternidad no es un absoluto y que es más antiguo el aliento.
(Unas vidas se van; otras,
vienen con tantos ojos fervorosos.
Después de todo, la calle
necesita de fotografías nuevas, de nuevas cobijas
y lavabos, de nuevos
zapatos para caminar las aceras.
Desde la golosina que
recuerda la memoria, hoy adulto el nombre del día
y sus consecuentes
realidades.)
Ante
los dictámenes del tiempo hay una fuerza agónica que habita las ingles.
No
sé si importa el día a día. No sé ya si la historia sangra en sus muladares,
la
madera carcomida en la solapa del aliento,
la
suciedad que desgasta las uñas, las tarjetas postales con felicitaciones
a
ultranza, toda esta cueva de años con hojarasca, con sombras vacilantes.
Desde
el mar que avanza hacia el sinfín, la rendija y los armarios, los rincones,
la
ceniza, este sabor siempre a despedida, entre tanta sombra.
Desde
el alba, los brazos antiguos de las horas.
La
faena despoja con avidez, los barriletes de la jornada. Pulsa el arcoíris.
Viene
el instante donde se estrangulan las aguas y cesa la escalera.
Barataria,
29.VI.2015
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